PREGÓN DE LOS PREMIOS MIERENSES DEL AÑO 2006
Dado el 30 de marzo de 2007.
Acto de entrega de los Galardones Mierense del Año 2006.
NURIA VARELA, pregonera
Alcalde, Consejero, Presidenta, autoridades, miembros de La Asociación Cultural Galardones “Mierense del Año”, señoras, señores, amigas, amigos, buenas tardes.
Esta mañana me ha despertado el teléfono móvil. Era Hamit, llamándome desde Bagdad. Hamit es un taxista al que conocí hace cuatro años, cuando viajé a Irak por primera vez en vísperas de la guerra. Nadie sabía cuándo iba a empezar, pero todos, recordarán, temíamos que en cualquier momento comenzarían los bombardeos.
Aunque no me llamara por teléfono nunca me habría olvidado de él. Según llegamos a Bagdad salimos como miuras a conocer la ciudad, no queríamos perder ni un minuto. Al primero que nos encontramos fue a un Hamit sonriente con su coche limpio y dispuesto. Negociamos un precio por una hora que era todo el tiempo libre que teníamos. Regateamos un poco y nos pusimos en marcha.
Disfrutamos como niños viendo la ciudad que tantas veces habíamos imaginado y con la paciencia de Hamit explicándonoslo todo. Cuando terminó nuestro tiempo, nos hicimos juntos un montón de fotos y nos dispusimos a pagarle. Hamit se negó a cobrarnos el precio que habíamos convenido. Una y otra vez se negó a coger el dinero diciéndonos que él se sentía muy honrado con la visita de personas extranjeras que en esos momentos tan duros para su país y su gente, se atrevían a viajar hasta allí, mostrar su solidaridad, compartir su suerte y contarle al mundo lo que allí ocurría.
Ni que decir tiene que Hamit nos impresionó a todos. Si algo se necesita en vísperas de una guerra es dinero. El dinero, en esos momentos, te puede salvar la vida, te puede conseguir la gasolina que escasea para abandonar un lugar peligroso, la comida que desaparece de las tiendas, el agua imprescindible para sobrevivir… Y Hamit no lo quería, le bastaba nuestra solidaridad.
Durante aquellos días, le vimos muchas veces más, siempre que podíamos utilizábamos su taxi, por supuesto y nunca nos defraudó su amabilidad y su bondad. Luego llegaron los bombardeos, la guerra, la invasión… lo que todos conocen de sobra. Yo regresé a Bagdad para cubrir la guerra pero no conseguí localizar a Hamit de ninguna manera. Las referencias que tenía de él ya no existían, no funcionaban los teléfonos, no había gasolina… No conseguí verle ni hablar con él.
Pero a los pocos meses de regresar a Madrid, un día Hamit me llamó. Al otro lado del teléfono sonaba su voz pausada y desde entonces, y ya han pasado más de cuatro años, como todos saben, no ha dejado de hacerlo. Cada tres o cuatro meses, Hamit me llama. Reconozco que cuando se retrasa comienzo a preocuparme. Cada vez que oigo su voz me parece un milagro que aún esté vivo. Pero esta mañana, de nuevo, me ha despertado y ha comenzado, como siempre a preguntarme por Eva, por Paco, por Dulce, por todo el grupo. Aún no he sido capaz de decirle que Dulce Chacón, que venía en aquel viaje con nosotros, había fallecido. Pienso que ya tiene él bastante noticias tremendas como para darle una más. Siempre le cuento que todos estamos bien y le pregunto por su mujer, sus hijos, su vida.
Parece una casualidad que Hamit me haya llamado justo esta mañana pero como yo no creo en las casualidades, creo que todo ocurre por algo en la vida, he pensado que había sido una coincidencia precisamente hoy para que se lo pudiera contar a ustedes esta tarde, para compartir con todos ustedes mi convicción de que no todos somos iguales y de que es precisamente en los peores momentos, como es una guerra por ejemplo, cuando sale lo mejor y lo peor del ser humano (estoy segura de que Felipa sabe perfectamente de qué hablo).
Por cada sitio que he viajado y, cuando más difícil era la vida allí donde he ido, más claro lo he visto, me he encontrado con gente generosa, solidaria, extraordinaria que día a día hace más fácil y más agradable la vida a los demás, en ocasiones, incluso salva la vida a los demás con sus actuaciones. He conocido mujeres en Afganistán que se jugaban la vida por enseñar a leer y a escribir a las niñas cuando los talibanes lo habían prohibido con pena de muerte porque ellas eran conscientes de que esas niñas, analfabetas, tendrían muchas menos posibilidades de vivir con dignidad cuando se hicieran mujeres. He conocido en el Salvador, y también en Nicaragua, a hombres curtidos que se empeñaban una vez al año para comprar juguetes a los niños porque sabían lo que era una infancia en la guerrilla, sin ni siquiera un balón al que pegarle una patada y querían que, al menos, en Navidad, los niños pobres de su pueblo, de sus comunidades, fueran niños… y así lo he visto por todos los rincones del mundo.
Son personas que nunca han recibido ni recibirán un homenaje, que sus nombres no estarán en los libros de historia, ni siquiera en la crónica de los periódicos. Por todas estas razones, y porque además hay gente que no necesita de situaciones extraordinarias para mostrar lo limpia que tienen el alma porque cuando una les mira es como estar frente a una ventana llena de sol, estoy tremendamente orgullosa de estar aquí esta tarde leyendo este pregón porque los premios Mierenses del Año hacen esos homenajes que tanto se echan de menos en tantos rincones del planeta.
Estos premios, que reconocen la labor desinteresada de personas o entidades en beneficio de nuestro municipio y de la gente que en él vive, hacen falso el dicho ese de que “Nadie es profeta en su tierra”, todo lo contrario. Luego les preguntaré a los premiados, pero intuyo que pocos reconocimientos deben proporcionar tanto orgullo y alegría como los otorgados por tus propios vecinos. Y ya son, si no me equivoco, 34 años reconociendo la solidaridad de quienes tenemos al lado, lo que también dice mucho del carácter generoso del pueblo que los otorga.
En un mundo que cada vez se hace más individualista, egoísta y solitario, estos galardones son una isla de sentido común, y un testigo de la idiosincrasia de este pueblo nuestro, minero y solidario a lo largo de toda su historia.
Déjenme aprovechar que está premiada Felipa del Río, para citar y así también hacer un pequeño homenaje a Rosario Acuña, mujer que eligieron para ponerle el nombre a su asociación, La Asociación de Viudas de La República, Rosario Acuña.
No era Rosario mujer de medias palabras ni de medias tintas así que, con el lenguaje de su época, ya criticaba durante a los “indiferente sistemáticos”, que decía ella. Déjenme que les lea una pequeña cita de lo que escribió para con sus palabras resaltar aún más el valor de los galardones que esta noche se conceden.
“Los indiferentes sistemáticos que al suave calor de sus hogares, repletos de las inutilidades que acarrea el ocio, tienen siempre dispuesto su caudal para huir como bandada de espantadizos grajos, en cuanto el más leve ruido les anuncia que puede perturbarse su digestión (…)
Oyeron los lamentos del hambre y se encerraron para comer; les pidieron justicia, y… educaron a sus hijos lejos de la patria que los necesitaba”.
También sacaba los colores Rosario a
“Los profanadores de las grandes ideas que fingen un entusiasmo incapaz de albergarse en su frío corazón, y agitando la tea de la discordia, husmean como chacales el oro de los palacios, las joyas de la industria, las maravillas del arte, con el solo in de poseerlo todo”.
Si Rosario viviera hoy, seguro que escribiría contra los egoísmos y las individualidades actuales. Sacudiría, seguro, las conciencias de quienes ni siquiera quieren ver el telediario para así olvidarse de lo que ocurre más allá del calor y las comodidades de su casa. De hecho, ya Rosario escribió contra “los jóvenes de corazón helado por el escepticismo (…) aquellos que profanan el sagrado templo de la vida y sacrifican a la verdad en los altares de la apariencia”.
De Rosario Acuña se destaca su apasionada defensa de la libertad, del humanismo y de modo especial, sus esfuerzos a favor de los derechos civiles de las mujeres, todo lo que marcó de adversidades su vida, y seguro que también de alegrías y satisfacciones porque pocas cosas llenan tanto como poder ayudar a quien tienes al lado. Era, efectivamente, una mujer valiente. Y eso es algo que también quiero destacar esta noche, la valentía de todos los premiados y de los premios mismos. Porque se necesita ser valiente, muy valiente, para no acomodarse, para ser solidario, para no ser cómplice de la injusticia, para decir la verdad. ¿Se acuerdan de los versos de Benedetti? Se los voy a leer porque parecen expresamente escritos para estos premios y para los premiados de esta noche.
Dice el poeta:
No te salves
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Afortunadamente, nuestros premiados de esta noche no se han salvado, no se han guardado un rincón tranquilo del mundo, han estado toda su vida a pie de obra y eso ha hecho a Mieres y a todos nosotros un poco mejores.
Creo que Rosario Acuña también estaría de acuerdo conmigo en resaltar esta tarde, que se dediquen dos galardones a dos mujeres, y no porque no le tenga muchísimo cariño a Ladio, todo lo contrario, él y su familia lo saben,
Los resalto porque demuestran que el jurado de los Premios Mierenses del Año sabe mirar. Estamos tan acostumbrados a que las mujeres por educación y por exigencias sociales se dediquen a cuidar de todos, de los niños, de los ancianos, de los enfermos, de su familia, de la familia de su marido, de los vecinos… que pocas veces sabemos valorarlas. Es más, pocas veces vemos ese inmenso trabajo, material y emocional que ellas regalan y si no lo vemos, menos aún lo valoramos, lo agradecemos y lo homenajeamos. Ahí está la importancia de la mirada. Para ver lo más cercano, lo más próximo, lo que tenemos a nuestro lado. Sabemos que España es uno de los países más solidarios del mundo. En cuanto hay un llamamiento de emergencia por cualquier catástrofe natural o desgracia multitudinaria, es de los países que más se vuelca con las víctimas. Pero no somos tan generosos con quienes tenemos al lado. Ése es otro valor de Los Premios Mierense del Año. Que saben ver, valorar y aplaudir a sus vecinas y vecinos.
Y ya, para ir terminando, quisiera pedirles, que no perdamos nunca esa mirada. Que el carácter solidario de este pueblo se mantenga y que estos premios continúen año tras año porque como decía antes, nos hacen mejores a todos. Me gustaría que todos arrimáramos el hombro para que el progreso fuese cierto en todos los sentidos, no sólo en los técnicos, informáticos o de telecomunicaciones, que también sea progreso en valores humanos. Que además de disfrutar cada día de teléfonos móviles más sofisticados y televisiones con las pantallas más planas, también seamos cada día más democráticos, igualitarios y solidarios.
Que las palabras no se nos queden huecas. Que solidaridad, igualdad, empatía, altruismo, en realidad, significan que un pequeño pueblo minero asturiano pueda celebrar sus fiestas.
Que una madre pueda alimentar a sus hijos.
Que una mujer viva sin violencia, sin que nadie la trate mal.
Que un enfermo reciba todas las medicinas y cuidados que necesita, pero también todo el cariño y el afecto que le mantengan lleno de vida.
Que un trabajador reciba un salario digno.
Que un niño reciba un regalo el día de su cumpleaños.
Que una abuela tenga una visita, una llamada de cariño de vez en cuando que alivie su soledad.
Que a un abuelo se le caiga la baba viendo jugar a sus nietos cada fin de semana.
Eso y tantas y tantísimas cosas que ahora mismo se os están pasando por la cabeza ¿verdad?
Muchísimas felicidades Felipa, Ladio, María Gloria y también, cómo no, Inocencio, José Antonio y todo el Orfeón de Mieres. Muchísimas felicidades y sobre todo, muchísimas gracias por todo lo que nos habéis dado y por todo lo que nos habéis enseñado.
Buenas tardes.